La luz del día nunca se me dio bien, soy más de vagar por los rincones en penumbra de una habitación descascarillada; ¿y sabes por qué?... Cuando estás ahí, entre los retazos furiosos de la oscuridad, que te acaricia con esos dedos pálidos de muerte y miedo... Un rayo de luna atraviesa el cristal de opacos pensamientos que es tu ventana, y la oscuridad desaparece, arrasada por una mágia blanca tan pura que hasta las propias hadas podrías marcarse un vals sobre ella.
Esa es la verdadera chispa de la vida, ¿no?; mirar con buenos ojos a la muerte con la esperanza de que tenga piedad y te conceda un día más entre las cenizas para así, plantar las rosas que siempre debieron rodear tu camino. Cuando encuentras la manera, sonreír al diablo se vuelve el ejercicio más sano; ese en el que te sientes fuerte pensando "aquí estoy, cabrón desgraciado, y no vas a poder conmigo". No hace falta mucho más que esa sonrisa segura y ese brillo de segurar en los ojos para darte cuenta de que la oscuridad, en realidad, de oscura tiene poco.
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